Berlín, enero de 2014. Durante el
transcurso de la X Conferencia DLD (Digital–Life–Design) la inversora y experiodista Esther Dyson interroga a su compañero de
coloquio, Ijad Madisch, acerca del porcentaje de científicos de
todo el mundo que son usuarios de ResearchGate. «El 60%», es su respuesta.
Madisch es el máximo responsable de
la red que fundó en 2008 junto a Sören Hofmayer y Josrt Fickenscher, y en este tiempo ha conseguido
consolidarla como el gran referente digital para la colaboración en el ámbito
científico (en cualquiera de sus disciplinas); una mezcla entre Facebook,
Twitter y LinkedIn en la que los investigadores comparten sus papers,
solucionan dudas y encuentran colaboradores para sus proyectos.
Entre otras herramientas,
ResearchGate ofrece además un motor de búsqueda semántica capaz de acceder a
las grandes bases de datos mundiales, como PubMed, arXiv, CiteSeer o la
Biblioteca de la NASA. Todo ello ha supuesto que los inversores pongan sus ojos
en esta start-up alemana. Más concretamente el mayor de todos ellos: Bill Gates, junto a una serie de socios, invirtió 35
millones de dólares en la última ronda de financiación de ResearchGate, en
junio de 2013. En palabras de Madisch, el interés de Gates por su red social
estuvo motivado por «el deseo de Bill Gates de promover la ciencia abierta».
En la actualidad, la plantilla de
ResearchGate supera los 100 empleados (frente a los 12 de 2011) y
su base de usuarios ronda los 3 millones procedentes de 200 países distintos
(de los cuales 185.000 son hispanoparlantes, y 65.000 de ellos españoles).
Ijad Madisch -virólogo de formación
y antiguo estudiante de Harvard- fundó ResearchGate por la frustración que le
provocaba el pensamiento de que otros podrían haber gastado ya tiempo y dinero
en exactamente los mismos experimentos en los que él estaba trabajando en ese
momento, en una investigación universitaria en Boston. «Mi objetivo principal
es facilitar hallazgos científicos al conectar mutuamente a la gente adecuada»,
ha declarado en alguna ocasión.
Pero lo inesperado es el énfasis que
Madisch pone en compartir precisamente la información sobre experimentos
fallidos: para él, compartir los resultados negativos (que pueden llegar a
suponer el 95% de los datos del trabajo de una investigación) ayudaría a
ahorrar muchos esfuerzos a científicos de todo el mundo,
y ayudaría a encontrar más rápidamente la solución a los problemas.
Este modo de trabajo ya ha ofrecido
resultados tangibles: dos científicos (uno desde Italia, y otro desde Nigeria)
descubrieron una nueva cepa mortal de un hongo compartiendo información a
través de la plataforma de ResearchGate, investigación que terminó siendo
publicada en la revista Medical Mycology.
¿Enterrando la
revisión por pares?
Madisch considera que el sistema
actual de revisión de trabajos científicos ha aportado grandes avances, pero no
es apropiado para un mundo conectado, por lo que ha decidido apostar desde
ResearchGate por el «open review» (revisión abierta), para permitir a todos los
científicos del mundo opinar sobre cualquier investigación. La primera polémica
motivada por este sistema tardó poco en llegar: un profesor de la Universidad de Hong-Kong informó en la red social de
que los resultados de un paper sobre células madre publicado en Nature no eran
reproducibles.
Fuente: ticbeat.com
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